miércoles, 22 de abril de 2009

A LA HERMOSURA (Mercedes Marín del Solar, 1804-1866)

¿Qué eres, dulce hermosura, ante los ojos
del mortal que seduces con tu encanto?
Objeto destinado a verter llanto,
juguete de sus pérfidos antojos.

Raro será el que rinda por despojos
a la pura beldad un amor santo;
el hombre engaña, ríe, y entre tanto
siembra bajo su planta mis abrojos.

Tal es tu vida. La mujer hermosa
cual delicada flor, busqué abrigo
de la excelsa virtud, y cautelosa

el prudente temor lleve consigo
y guarde el amor la pura rosa
al esposo feliz, al digno amigo.

martes, 17 de febrero de 2009

MIRADA RETROSPECTIVA (Guillermo Blest Gana, 1829-1904)

Al llegar a la página postrera
de la tragicomedia de mi vida,
vuelvo la vista al punto de partida
con el dolor de quien ya nada espera.

¡Cuánta noble ambición que fué quimera!
¡Cuánta bella ilusión desvanecida!
¡Sembrada está la senda recorrida
con las flores de aquella primavera!

Pero en esta hora lúgubre, sombría,
de severa verdad y desencanto,
de supremo dolor y de agonía,

es mi mayor pesar, en mi quebranto,
no haber amado más, yo que creía,
¡yo que pensaba haber amado tanto!

SONETO (Martín José Lira, 1833-1866)

Eternidad, ¡idea misteriosa!
¿Existe acaso para el alma humana
o es tan sólo una sombra, ilusión vana
que en su sed de vivir al hombre acosa?

¿Es acaso la tumba silenciosa
crepúsculo que anuncia otra mañana,
o la noche sin fin que al hombre hermana
con el inerte polvo en que reposa?

¡La eternidad! ¿Es aéreo monumento
que en su ambición el hombre se ha forjado
para consuelo de su triste suerte?

¿Será también un vano pensamiento
cuanto grande la mente allí ha encerrado,
y sólo eterna y real será la muerte?

ASÍ QUIERO MORIR (Rosario Orrego de Uribe, 1834-1879)

¡Quién pudiera morir como esa nube
que miro evaporarse suavemente!
Blanca y aérea al firmamento sube
en las ligeras alas del ambiente.

¡Quién pudiera morir como esa estrella,
eclipsarse no más unos momentos,
y volver a brillar, feliz como ella,
en otros azulados firmamentos!

¡Quién pudiera ser rayo de la aurora
y, al declinar la tarde, confundirse
en medio del crepúsculo que dora
la moribunda luz al despedirse!

¡Quién pudiera ser flor y al marchitarse,
el cálice doblar sin agonía,
y aún pálida e inerte al deshojarse
derramar en las auras la ambrosía!

Más yo no soy ni flor, ni nube errante,
ni un astro de esos mundos destellados…
¡Yo tengo un corazón, un alma amante,
que han de ser a pedazos arrancados!

Por eso quiero ser átomo leve,
aliento perfumado de la brisa,
para burlar el sufrimiento aleve
y morir exhalando una sonrisa.

Que en tu seno no más, Naturaleza,
la muerte es un desmayo voluptuoso,
un cambio de expresión y de belleza;
y nada se hunde en eternal reposo.

HIMNO A O'HIGGINS (José Antonio Soffia, 1843-1886)

¡Honre Chile al patriota sincero,
Al primero en la paz y en la lid,
Y bendiga en sus cantos de gloria
La memoria del bravo aladid!

I.

¡Salve O’Higgins, tu nombre es la gloria
De la Patria que guarda tu amor
Porque ve que tu historia es su historia
Porque ve que tu honor es su honor!
Al mirar que su dicha y su fama
Obra son de tu jenio inmortal
Redentor de su pueblo te aclama
Y se eleva su canto triunfal!...

II.

Cual se templa el acero en la fragua
De las llamas espuesto al furor,
Quiso el cielo templar en Rancagua
Tu entereza y su heroico valor;
Y cual vence con furia altanera
Los peligros el bravo león
Tú salvaste la patria bandera
Con tu apuesta, arrojada, lejión!...

III.

De Los Andes la cumbre dominas
Y el triunfo te lanzas en pos:
Contra el godo tu acero fulminas
Y tu brazo es un rayo de Dios!...
¡Salve O’Higgins prorrumpen con gloria
A la par Chacabuco y Maipú;
Monte y mares repiten “¡Victoria!”
Y su grito despierta al Perú!...

IV.

En endebles esquifes elevas
Con arrojo el feliz tricolor;
¡Su consigna es vencer!… y así pruebas
Que es heraldo del triunfo el valor!...
Van tu héroes con ellos: sus bríos
Hacen libre a la Patria del Sol;
Y flameando en sus propios navíos
Ve tu enseña el vencido español!...

V.

Ese mar que en sus aguas refleja
Tanto propio y ajeno pendón
¡Por tí es libre y un campo semeja
Destinado a la industria y la unión!..
¡Que tu espíritu en él se derrame
Y proteja el trabajo y la paz!
¡Y que aquel que con guerra lo infame
Muera envuelto en su seno voraz!...

VI.

¡Salve, O’Higgins!... La senda sagrada
Que en Los Andes marcó tu corcel,
Por el hilo locuaz señalada
Hoi esperas en sus rocas el riel;
Y mañana al trepar de granito
La ardua cresta bramando el vapor
“¡Paz y Unión” clamará… y ese grito
Será, O’Higgins, tu canto mejor!

lunes, 16 de febrero de 2009

EL MONJE (Pedro Antonio González, 1863-1903)

FRAGMENTO PRIMERO

I

Noche. No turba la quietud profunda
con que el claustro magnífico reposa
más que el rumor del aura moribunda
que en los cipreses lóbregos solloza.
Mustia la frente, la cabeza baja,
negro fantasma que la fiebre crea,
cadáver medio envuelto en su mortaja,
un monje por el claustro se pasea.
De cuando en cuando de sus ojos brota
un súbito relámpago sombrío:
el trágico fulgor del alma rota
que gime y se retuerce en el vacío.
No lo acompaña en su mortal desmayo
más que la luna que las sombras ama,
que una lágrima azul en cada rayo
sobre las frentes pálidas derrama.


II


El joven. Es su edad del alegro,
la del himno, el ensueño y el efluvio,
en que es terso azabache el bucle negro,
en que es oro bruñido el bucle rubio.
Sin conocer placeres ni pesares,
se alejó del hogar siendo muy niño,
y fue a poner al pie de los altares
un corazón más puro que el armiño.
Algún recuerdo de la infancia acaso
rompe tenaz su místico sosiego
y desata en su espíritu a su paso
huracánidas ráfagas de fuego.
Acaso las borrascas de la tierra
traspasan las barreras de su asilo
y van con ronco estrépito de guerra
a desgarrar su corazón tranquilo...

III

Un día vio en el templo, de rodillas,
desde un triclinio del solemne coro,
una virgen de pálidas mejillas,
de pupilas de cielo y trenzas de oro.
Y su gallarda imagen tentadora
lo persiguió con incesante empeño;
turbó su dulce paz hora tras hora,
en el recreo, la oración y el sueño.
Cuántas veces, orando en el santuario,
no veía florar en su ansia viva,
envuelta en la espiral del incensario,
su fantástica sombra fugitiva.
¡Cuántas veces, con hondo devarío,
allá en las noches de nostalgia loca
no despertaba, trémulo del frío,
buscando el beso ardiente de su boca!


IV


De súbito interrumpe su paseo
y lívido y estático se queda,
y mira con extraño devaneo
la blanca luna que lo lejos rueda.
Y en la cúpula azul de pompa fídica
del templo secular de estilo mágico,
ensaya el ritmo de su voz fatídica
el ave de Satán, el cuervo trágico.
Y los cipreses lóbregos se quejan.
Y al vaivén de sus copas que se alcanzan,
sus siluetas se acercan y se alejan
como espectros fantásticos que danzan.
Y tras los horizontes de Occidente
la luna meláncolica se escombra.
¡Y allá en su corazón el monje siente
crecer la soledad, crecer la sombra!

FRAGMENTO SEGUNDO

I

¿Por qué, por qué, sin fe para el combate,
el alma alada que a la cumbre vuela,
olvida que es espíritu y se abate
cuando la frágil carne se rebela?
¡por qué ludibrio de borrasca loca
la conciencia vacila y gime y calla
cuando el brutal instinto la provoca
a sostener con él recia batalla!
¿Qué hondo misterio es el que el hombre encierra,
que el cuerpo vence al alma en el gran duelo,
siendo el cuerpo una sombra de la tierra,
siendo el alma un relámpago del cielo?

II

Ante el sol inmortal que se levanta
y tiñe el éter de ópalo y de rosa,
el himno eterno de la vida canta
con magnifico ritmo cada cosa.
Mas, ¡ay!, el monje, en su nostalgia muda.
oye sólo zumbar el ala incierta
con que el lóbrego cierzo de la duda
abate las ruinas de su fe ya muerta.
Envuelta en el fantástico sudario
de su austera y flotante saya mística,
se arrodilla temblando en el santuario,
delante de la lámpara eucarística,
Es insondable, es infinito el velo
de la fúnebre noche que le ofusca.
Es un fantasma, es un sarcasmo el cielo;
huye más lejos cuanto más le busca.

III

Después de orar al borde del abismo,
siempre sin esperanza, siempre en vano,
y de sentir la nada de sí mismo,
¡Le abre su corazón a un monje anciano.
Lleno de santa unción y amor profundo,
el viejo monje largo tiempo le habla
de que busque en el piélago del mundo
sólo en la cruz su salvadora tabla.
-¡Ay! -le dice- del ama que blasfema
y que se olvida de su excelso tango,
y que arrastra su fúlgida diadema
y sus cándidas alas por el fango.
EI alma que a sí misma se abandona
y que, entre el mal y el bien el mal prefiere.
rompe el lazo que al cielo la eslabona:
¡vive para Satán, para Dios muere!

IV

Y él le oye. Y en su celda solitaria,
armado de un férula sangrienta,
a compás de una lúgubre plegaria,
verdugo de sí mismo, se atormenta.
En su místico anhelo de vencerse.
lleno de santa cólera se azota,
y de dolor su carne se retuerce
y roja sangre de su carne brota.
Es inútil su bárbaro martirio.
La fiebre estalla en su cerebro luego.
Y a través de las sombras del delirio,
el ve flotar una visión de fuego,
Es la visión de la mujer que adora,
que con su carne pone su alma en guerra,
¡que lo acosa tener hora tras hora,
que lo hace al cielo preferir la tierra!

FRAGMENTO TERCERO

I

Tiende la noche sus flotantes tules
y se envían los astros desde lejos,
a través de los ámbitos azules,
dulces besos de amor en sus reflejos.
Y hunde el monje en el éter infinito
los tristes ojos con afán profundo;
acaso escruta lo que Dios ha escrito
allá en el corazón de cada mundo.
Y bajo el nimbo de su luz risueña,
la blanca luna en cada rayo exclama:
"¡Soy una virgen pálida que sueña,
soy una virgen que se arroba y ama!"
Y ensaya el aura tibia sin sosiego,
en las trémulas copas de los álamos,
ritmos lejanos de ósculos de fuego,
de bocas que se encienden en los tálamos.

II

Hace instantes no más, con que inocencia
la rubia virgen pálida que adora
le abrió ante el tribunal de la conciencia
por la primera vez su alma de aurora.
Hondas huellas de honor en él dejaron
los recios golpes de la lid sin nombre
que en su lóbrego espíritu trabaron
el ministro del cielo con el hombre.
Cada revelación que ella le hacía
era un tremendo vendaval deshecho
que sin piedad crispaba y retorcía
las recónditas fibras de su pecho.

III

-Padre -le dijo-, perdonad mi queja.
Siempre que caigo ante el altar de hinojos,
mi pensamiento del altar se aleja
y se llenan de lágrimas mis ojos.
Al mismo altar, con una audaz porfía
que hace los sentidos se me arroben,
sigue mis pasos, tras la sombra mía
la sombra melancólica de un joven.

Busco la soledad, y en ella vago,
y de amor cada cosa me habla de ella:
me habla de amor la música del lago;
me habla de amor el ritmo de la estrella.
Dadme, pues, padre mío, algún consuelo.
Es ya inútil luchar. Estoy vencida.
¿No es verdad que el amor brota del cielo?
¿No es verdad que sin él no hay sol, no hay vida?

IV

Y el exclamó: -No es éste un gran problema:
Dios manda que ame cuanto ser existe,
Y su mandato es una ley suprema
a cuyo imperio ningún ser resiste.
Pero el amor su fin tan sólo alcanza
cuando con la conciencia se concilia;
cuando es su aspiración y su esperanza
fundar el santo hogar de la familia.
Mas el amor que ofende a la conciencia,
dando pábulo a instintos que la oprimen,
¡deja de ser sagrado, y es demencia,
deja de ser sagrado, y es un crimen!

V

Y el monje suspendió súbitamente
su evangélica plática sencilla,
y una lágrima trémula y ardiente
resbaló sin rumor por su mejilla.
La virgen núbil, por su rostro mudo,
desde el humilde sitio de su alfombra
ver rodar esa lágrima no pudo
porque esa lágrima rodó con la sombra.

FRAGMENTO CUARTO
I

Tarde estival. El cielo se dilata
por el gigante piélago sonoro,
como una inmensa túnica de plata
cuajada de soberbias flores de oro.
Habla todo de Dios: la limpia onda
con su albo nimbo por la playa tiende,
la casta estrella que en la bruma blonda
del pálido crepúsculo se enciende.

II

Cubierto el monje con su tosca saya,
murmurando en silencio: "Dios lo exige",
hacia una agreste aldea, por la playa,
bajo el sol que ya muere, se dirige.
El allá en sus salvajes horizontes
olvidará tal vez sus agrias penas:
respirará la brisa de los montes,
recobrará la sangre de sus venas.

III

Sirve la humilde aldea un cura anciano
que cumple su misión con santo anhelo,
que en cada feligrés ve un tierno hermano
que Dios le ordena conducir al cielo.
Mas ya no puede soportar la carga
de su labor de apóstol y profeta
El peso de la edad ya lo aletarga.
Ya toca el linde de su vida inquieta.

IV

Le dice el monje: Serás tú el baluarte
de la grey que Dios puso a mi cuidado;
tú empuñarás el místico estandarte
que yo abandono, porque estoy cansado.
¡Y el monje le oye y le obedece y calla,
Y con fervor a la labor se entrega.
Y mayor goce en la labor él halla.
mientras mayor abnegación despliega

V

Allá, cuando a lo lejos ya declina
el blanco sol entre celajes rojos,
el monje hacia la playa se encamina,
trémulo el paso y húmedos los ojos.
Sus olas a sus pies el mar prosterna
con ritmo a un tiempo unísono y diverso,
y le habla sin cesar del alma eterna
que difunde la vida al universo.
Del alma que es efluvio en la laguna
y en la undivaga brisa ritmo eólico,
y en la serena, temblorosa luna,
lágrima azul del cielo melancólico.
Del alma que es visión que canta y vaga
allá en la nube trémula y bermeja
y que en la mustia estrella que se apaga
es recuerdo que llora y que se aleja.




FRAGMENTO QUINTO Y ULTIMO

I

En la capilla de la aldea tosca,
denso gentío de entusiasmo lleno
se agita como un piélago que enrosca
a la luz del relámpago su seño..
Ante el altar, el monje se dibuja,
lívido el rostro la mirada triste
extraño el gran tumulto que se empuja,
extraño a todo cuanto en torno existe.

II

Avanzan al altar, con pie seguro
y reflejando en la pupila el cielo,
un apuesto doncel de traje obscuro
y una niña gentil de blanco velo.
El monje los contempla un corto instante
con el hondo y supremo paroxismo
de quien se ve de súbito delante
de la inmensa pendiente de un abismo.
En la diáfana tez de nieve y rosa,
y los bucles aurinos y sedeños,
y el talle de palmera de la esposa,
él descubre a la virgen de sus sueños.
En su fatal, desgarradora cuita,
en vano, en vano en su interior batalla
con el volcán de su pasión que grita,
con el volcán de su pasión que estalla.

III

Se absorbe. Se transporta, y a lo lejos,
desde el místico altar al lecho cálido,
ve marchar bajo un nimbo de reflejos
una novia gentil y un novio pálido.
Y oye entre raudos y variados giros
de misteriosas y argentinas brisas,
aleteos de besos y suspiros
músicas de arrillos y de risas.
Y ve jugar, bajo la luz eterna,
al umbral de un hogar lleno de efluvios,:
sobre el regazo de una madre tierna,
un enjambre auroral de ángeles rubios.

IV

Y tiende a otro horizonte la mirada,
y allá en el pálido confín divisa
una lóbrega celada abandonada
donde una triste lámpara agoniza.
Forman su techo que jamás se alegra
ásperas tablas de nudosos troncos
siempre cubiertos por la noche negra
siempre azotada por los cierzos roncos.
Y a la luz de la lámpara que oscila ve arrodillarse
un monje ante el vacío.
Le ve enjugarse a solas la pupila,
y en su abandono tiritar de frío.

V

Y domina su bárbaro tormento
y la hiel de sus lágrimas devora.
Y a un hombre que no es él, con dulce. acento,
desposa él mismo a la mujer que adora.
Y al soplo del dolor con que está en guerra,
siente su sangre transformarse en hielo,
huir veloz bajo sus pies la tierra:
-sobre su frente derrumbarse el cielo.
Y entonces, ay, a su pupila asoma
la noche allá en su espíritu escondida.
¡Y al pie del ara santa se desploma,
rígido el cuerno, la razón perdida!

HUÉSPEDES ETERNOS (Julio Vicuña Cifuentes, 1865-1936)

Guardo, para alivio de mis penas hondas
en lo más oculto de mi pecho huraño,
una cabellera que se riza en ondas
y unos ojos bellos de color castaño.

Si la reina mía, caprichosa a veces,
me esconde sus gracias -¿desdén, egoísmo?-
por templar el hielo de sus esquiveces,
algo de ella busco dentro de mí mismo.

Y hallo, confundido con mis penas hondas
huéspedes eternos de mi pecho huraño,
una cabellera que se riza en ondas
y unos ojos bellos de color castaño.

LA FUGA DE LOS CISNES (Augusto Winter, 1868-1927)

Reina en el lago de los misterios tristeza suma:
los bellos cisnes de cuello negro terciopelo,
y de plumaje de seda blanca como la espuma,
se han ido lejos porque el hombre tiene recelo.

Aún no hace mucho que sus bandadas eran risueños
copos de nieve, que se mecían con suavidad
sobre las ondas, blancos y hermosos como los sueños
con que se puebla los amores de la bella edad.

Eran del lago la nota alegre, la nota clara,
que al panorama prestaba vida y animación;
ya fuera un grupo que en la ribera se acurrucara,
ya una pareja de enamorados en un rincón.

¡Cómo era bello cuando jugaban en la laguna
batiendo alas en los ardientes días de sol!
¡Cómo era hermoso cuando vertía la clara luna
sobre los cisnes adormecidos su resplandor!

El lago amaban donde vivían como señores
los nobles cisnes de regias alas; pero al sentir
cómo implacables los perseguían los cazadores,
buscaron tristes donde ignorados ir a vivir.

Y poco a poco se han alejado de los parajes
del Budi hermoso, que ellos servían a decorar,
yéndose en busca de solitarios lagos salvajes
donde sus nidos, sin sobresaltos, poder salvar.

Más, desde entonces fue su destino, destino aciago
ser el objeto de encarnizada persecución:
vióseles siempre de un lado a otro cruzar el lago,
huyendo tímidos de la presencia del cazador.

Y al fin, cansados los pobres cisnes de andar huyendo,
se reunieron en una triste tarde otoñal,
en la ensenada, donde solían dormirse oyendo
la cantinela de los suspiros del totoral.

Y allí acordaron, que era prudente tender el vuelo
hacia los sitios desconocidos del invasor;
yendo muy lejos, tal vez hallaran bajo otro cielo
lagos ocultos en un misterio más protector.

¡Y la bandada gimió de pena, sintiendo acaso
tantos amores, tantos recuerdos dejar en pos!
¡Batieron alas; vibró en el aire el frú-frú de raso
que parecía que era un sollozo de triste adiós!

Reina en el lago de los secretos tristeza suma,
porque hoy no vienen sobre sus linfas a retozar,
como otras veces, los nobles cisnes de blanca pluma
nota risueña que ya no alegra su soledad.

Si, por ventura, suelen algunos cisnes ausentes,
volver enfermos de la nostalgia, por contemplar
el lago amado de aguas tranquilas y transparentes,
lo hallan tan triste que, alzando el vuelo, no tornan más.

viernes, 13 de febrero de 2009

EL ARCO IRIS (Antonio Bórquez Solar, 1874-1938)

Los colores del arco iris
de los cielos siete son
como siete en la semana
son los días que hizo Dios,

como siete son las notas
de la pauta del cantor…
Los colores del arco iris
de los cielos siete son.

De un topacio es su amarillo
y su rojo es de rubí,
su violeta es de amatista
y su azul es de zafir

y su verde es la esperanza
de un alado querubín…
los colores del arco iris
el buen Dios los hizo así.

Cuando pase la tormenta
y brillante sale el sol,
en los cielos el arco iris
da su risa y su fulgor;

y en los campos se sonríe
el cuitado labrador,
cuando pase la tormenta
y brillante sale el sol.

FONTANA CÁNDIDA (Diego Dublé Urrutia, 1877-1967)

Para mí, nada pido,
dadme una rama de árbol, una roca,
y las tendré por nido.

Mi nombre, pronunciado
con ánimo gentil por vuestra boca,
me hará creerme amado.

Evocad mi memoria
al ver una luciérnaga, una estrella,
y me daréis la Gloria.

Pobre es mi celda, pero
a veces canta o se lamenta en ella
el universo entero.

¡Mi Ideal!… lo harta un perfume
de yerba fresca; en la oblación
de un beso su mole se consume.

Llama que al cielo amaga
es mi ambición… que un niño
cruza ileso, y una lágrima apaga.

Todo lo tengo; y, breve,
cabe en un verso mi caudal:
más grave
es un copo de nieve.

Detesto el mal, y amigo
del malo soy, -mi carne bien lo sabe,-
pero a mis jueces digo:

Dolor me apacentara.
Soy el loto que sorbe en agua impura.
Su aroma y su miel clara.

Mi cuerpo, con sus lodos,
dejádmelo, que es mío; con su albura,
mi espíritu es de todos…

Y así, aspirando al cielo,
y aspirando a la tierra, y aspirando
a la quietud y al vuelo,
en este inquieto viaje
me siento derribar de cuando en
cuando por el contrario oleaje.

Y duermo… y en el sueño
me pregunto: ¿quién soy?…
¿quién me conoce?…
¿Estoy despierto o sueño?…

¿Es crimen, es mentira
el placer que me aflige?… ¿santo goce
el dolor que me inspira?…

Y alguien responde: acaso
el ángel bueno que me guarda;
el malo que me perturba el paso;

Dios mismo: acaso Cristo,
por la boca del lodo en que resbalo
o el lirio que conquisto…

Y el dictamen obscuro,
bajo el aire celeste, en la vigilia,
deformo o transfiguro,
en dádiva secreta;
en salmo de esperanza a la familia,
al amigo, al poeta;
En hieles del despecho;
en áspid que amenaza por la espalda
y me emponzoña el pecho:

En un meditar solo;
o en hoja y flor que en ática
guirnalda tiendo a los pies de Apolo…

Ya aletazo aquilino
toca mi ciega fuente, y va a los vientos
el chorro cristalino:

Milagroso fantasma
que enloquece a los pájaros sedientos,
y a los árboles pasma.

Ya mi ala a Dios exalto,
y mi pluma se inflama como loca
en su fanal más alto.

Ya mi bordón requiero,
y no aquieta mi labio hasta que toca
la sandalia de Homero…

¡Tu cielo azul, tus lares!
¡Patria! Nevado monte! Casa vieja!
roble de mis cantares!

Que tu amor me apacigüe.
Quiero ser en tu rama dulce abeja,
solitario copigüe…

Y, tú que el agua acreces
del mar en que me esperas, con tu
llanto ¡Madre!…¿no fui mil veces
golondrina en tu alero;
Rey Mago en tu Pesebre; en tu
quebranto serenador lucero?…

¡Oh, Amor!…Para invocarte
unjo de aromas finos mi piel ruda,
mírome en tu agua, aparte…

Para ablandar tu reja
pido al hambre su súplica más muda:
a la torcaz, su queja…

Y si me das oído
y me entrega su miel tu labio joven,
en tu más hondo nido
vuelo a asilar mi aurora,
para que las alondras no me roben
la eternidad de tu hora!…

Mas, ¡ay! cuán poco dura…
Murciélago me ve la tarde triste,
candil, la noche obscura.

Cabe la turbia poza
gime la rana humilde: por su alpiste
mi ruiseñor solloza…

Dios, patria, amor, ensueño,
se me apartan… Embriágame el
Olvido con su fatal beleño;

y me entrego a mi suerte,
frágil alga que azota enfurecido
un aquilón de muerte…

Y al vendaval, el alga:
¡Muévate, oh Dios, mi
lóbrego destino! ¡Mi confesión me valga!…

Y al alga, el vendaval:
flota y canta; serás
carbón divino: te mudaré en cristal.

EL ROMPIMIENTO (Manuel Magallanes Moure, 1878-1924)

En un chispazo de orgullo,
o de dignidad (y creo
que quizás fue de amor propio)
la eché en cara mi desprecio.

Ella quiso disculparse,
quiso defenderse, pero
yo no la escuché y entonces
su boca guardó silencio.

Calló su boca y hablaron
sus ojos. ¡Lo que dijeron
esos adorados ojos
en su mirar altanero!

Aún me parece mirarlos.
Me parece que aún siento
cómo rasgo mi alma el filo
de esa mirada de hielo.

Y nos separamos. Ella,
dominando en un esfuerzo
de valentía el desmayo
de su alma y de su cuerpo.

Yo con las pupilas húmedas
y con un nudo en el pecho,
sin saber a donde iría,
tambaleando como un ebrio.

Y poco a poco, a medida
que caminaba y más lejos
veía su casa muda,
más crecía mi tormento.

Era un dolor crüel, como
si me arrancaran los nervios.
Era como si mi alma
se hubiera quedado dentro

de aquella casa querida
y al alejarse mi cuerpo
tirara de ella y sus fibras
fuera una a una rompiendo!

* * *

Pasan y pasan los días
y no pasa mi tormento:
mi alma sigue allá prendida
y tira de ella mi cuerpo.

Y es una angustia constante,
y es un padecer eterno
y es un sufrir sin alivio
y es un dolor sin consuelo.

Continuamente en mis labios
está el sabor de sus besos;
continuamente me embriaga
el aroma de su cuerpo.

Para ella, al despertar,
es mi primer pensamiento:
y estoy en ella pensando
a toda hora y momento.

Cuando por la noche apago
la lámpara, en ella pienso
y en el fondo de la sombra
la ven mis ojos abiertos.

La ven mis ojos, erguido
el alto y hermoso cuerpo,
tan bella como la Virgen
María que está en los cielos.

Y hallo que mi almohada es dura
y helada, helada la siento
porque una vez mi cabeza
recliné sobre su seno.


Y cuando desfallecido
de sufrir los ojos cierro,
mi espíritu está con ella
y ella está en todos mis sueños.


* * *


Maldito orgullo y maldita
dignidad de aquel momento¡
Creí que ya no la amaba
y estoy por su amor muriendo...

TARDE EN EL HOSPITAL (Carlos Pezoa Véliz, 1879-1908)

Sobre el campo el agua mustia

cae fina, grácil, leve;

sobre el campo cae angustia:

llueve.



Y pues solo en amplia pieza

yazgo en cama, yazgo enfermo,

para espantar la tristeza,

duermo.



Pero el agua ha lloriqueado

junto a mi, cansada, leve;

despierto sobresaltado;

llueve.



Entonces, muerto de angustia,

ante el panorama inmenso,

mientras cae el agua mustia,

pienso.

VERTIENTE DE LA ROCA (Jorge González Bastías, 1879-1950)

El agua vierte, vierte, vierte.
Sangre de un generoso corazón,
fecundará simientes.

No hay viento, no hay sequía que la ciegue.
No hay soles que la turben.
El agua vierte, vierte, vierte.

No la alimenta ni lluvia ni fuente.
Hilos de plata, güedejas de oro.
El agua vierte, vierte, vierte.

Y por las faldas ásperas desciende
cantarina, fugaz y milagrosa
a hacerse trébol, miel y fruta agreste.

Y levanta una casa, y funda un verde
huerto de paz.
En lo alto, en la roca,
el agua vierte, vierte, vierte.

jueves, 12 de febrero de 2009

CANSANCIO (Carlos Mondaca Cortés, 1881-1928)

Quien pudiera dormirse, como se duerme un niño;
sonreírle al ensueño del goce y el dolor,
y soñar con amigos y soñar el cariño,
y hundirse, poco a poco, en un sueño mayor.

Y cruzar por la vida sonambulescamente,
los ojos muy abiertos sobre un mundo interior,
con los labios sellados, mudos eternamente,
atento sólo al ritmo del propio corazón…

Y pasar por la vida sin dejar una huella…
Ser el pobre arroyuelo que se evapora al sol…
Y perderse una noche, como muere una estrella
que ardió millares de años, y que nadie la vio.

EL REGRESO (Víctor Domingo Silva, 1882-1960)

Desperté llorando

por mi hogar desierto,

por mi infancia ida, por mi padre muerto.

Días, meses,años han pasado ya

y en la casa en ruinas,

desde los cimientos

hasta las cornizas de los aposentos,

¡todo qué distinto, qué cambiado está!

Me acosté llorando por las viejas horas

(mañanas alegres, tardes soñadoras,

perezosas siestas).

Me dormí y soñé que "él" había vuelto

de un viaje lejano,

curvas las espaldas y el cabello cano...

también muy distinto de cuando se fue.

Aguardando siempre, ¡siempre su regreso!,

no nos extrañamos.

Sentimos su beso

sobre nuestras frentes,

tibio y familiar.

Mi madre suspira.

Los viejos sirvientes

tienen a su vista gestos reverentes

y el can favorito se pone a brincar.

¡Qué viaje tan largo, tan largo Dios mío!

¡Durante su ausencia,

qué rachas de hastío,

qué sombras de pena,

qué nieblas de horror!

Él calla.

Parece que lee en nosotros:

la tristeza de unos,

el cansancio de otros

y en todos un mundo de ensueño y dolor.

¡Qué viaje tan largo, tan largo, Dios mío!

Ante la ceniza del hogar ya frío,

rodeado de todos nos pregunta:

-Y bien, ¿muy viejo me encuentran?

Hablen sin cuidado.

-Sí, padre - decimos - estás muy cambiado.

Y él: -¡Pobres muchachos!

¡Ustedes también!

APUNTE (Jerónimo Lagos Lisboa, 1883-1958)

Parte el tren, y el vocerío
se dispersa...¡Adiós, poeta!
Queda la tarde violeta
desnudándose en el río.

Rueda el convoy por la esquiva
falda gris de la montaña.
La tarde en el Maule baña
su belleza pensativa.

El agua pasa, y el viento
y el arbolado. Al vagón
torno el rostro...¡Cómo siento
la tarde en mi corazón!

No hagas ruido, pensamiento...
¡Se hace la tarde oración!

LA ROSA DE LA AUSENCIA (Pedro Prado, 1886-1952)

Tú fuiste la belleza revelada
Mujer apenas que te vi imprecisa;
Que turbación dejóme tu sonrisa,
Rosa de eternidad no deshojada.

Sin tierra y agua y aire, entre la nada
Tu grande y pura ausencia simboliza
Que al sueño mejor lo fecundiza
Mujer que huye, para ser la amada.

El alma sin los ojos reconoce
El beso de la sombra de tu aliento;
Ahora que no estás, te pienso, y eres!

Mas supremo que el mío no hay goce:
Ser besado en el propio pensamiento
Por la única entre todas las mujeres.

OJITOS DE PENA (Max Jara, 1886-1965)

Ojitos de pena
carita de luna,
lloraba la niña
sin causa ninguna.

La madre cantaba,
meciendo la cuna:
“No llore sin pena,
carita de luna”.

Ojitos de pena,
carita de luna,
la niña lloraba
amor sin fortuna

“¡Qué llanto de niña,
sin causa ninguna¡”,
pensaba la madre,
como ante la cuna:
“¡Qué sabe de pena,
carita de luna!”

Ojitos de pena,
carita de luna,
ya es madre la niña
que amó sin fortuna;
y al hijo consuela
meciendo la cuna:

“No llore, mi niño,
sin causa ninguna;
¿no ve que me apena,
carita de luna?”

Ojitos de pena,
carita de luna,
abuela es la niña
que lloró en la cuna.

Muriéndose, llora
su muerte importuna.
“¿Por qué llora, abuela,
sin causa ninguna?”

Llorando las propias,
¿Quién vio las ajenas?
Mas todas son penas,
carita de luna.

EL COPIHUE ROJO (Ignacio Verdugo Cavada, 1887-1970)

Soy una chispa de fuego
que del bosque en los abrojos
abro mis pétalos rojos
en el nocturno sosiego.
Soy la flor que me despliego
junto a las rucas indianas;
la que, al surgir las mañanas,
en mis noches soñolientas
guardo en mis hojas sangrientas
las lágrimas araucanas.

Nací una tarde serena
de un rayo de sol ardiente
que amó la sombra doliente
de la montaña chilena.
Yo ensangrenté la cadena
que el indio despedazó,
la que de llanto cubrió
la nieve cordillerana;
yo soy la sangre araucana
que de dolor floreció.

Hoy el fuego y la ambición
arrasan rucas y ranchos;
cuelga la flor de sus ganchos
como flor de maldición.
Y voy con honda aflicción
a sepultar mi pesar
en la selva secular,
donde mis pumas rugieran,
donde mis indios me esperan
para ayudarme a llorar.

LOS SONETOS DE LA MUERTE (Gabriela Mistral, 1889-1957)

I

Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.

Te acostaré en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido.

Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvareda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.

Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!

II

Este largo cansancio se hará mayor un día,
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir...

Sentirás que a tu lado cavan briosamente,
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
¡y después hablaremos por una eternidad!

Sólo entonces sabrás el por qué no madura,
para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.

Se hará luz en la zona de los sinos, oscura;
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir...

III

Malas manos tomaron tu vida desde el día
en que, a una señal de astros, dejara su plantel
nevado de azucenas. En gozo florecía.
Malas manos entraron trágicamente en él...

Y yo dije al Señor: «Por las sendas mortales
le llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar!
¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales
o le hundes en el largo sueño que sabes dar!

¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!
Su barca empuja un negro viento de tempestad.
Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor».

Se detuvo la barca rosa de su vivir...
¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?
¡Tú que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!

miércoles, 11 de febrero de 2009

ANTIGUO AMOR (Jorge Hübner Bezanilla, 1892-1964)

Antiguo amor,
te has levantado en mis recuerdos con un murmullo de dolor.

Me hablas de aquella
de quien el viento de la vida ha destruido toda huella.

Dices que inquiera
dónde se ha ido, que es la única alma que a mi alma comprendiera.

Me haces oír
cómo lloraba de tristeza el alba en que me vió partir.

Me haces llorar
cuando me dices que en la vida jamás la volveré a encontrar.

Antiguo amor,
te has levantado en mis recuerdos como una ola de dolor.

LAS PALABRAS (Daniel de la Vega, 1892-1971)

Las palabras humildes son armoniosos vuelos
de pájaros celestes que no han venido al mundo.
Cada una posee un sentido profundo.
Hablar con sencillez es un don de los cielos.

Tienen un resplandor inmortal. Es preciso
saber amar las buenas palabras transparentes.
Yo las amo. Conozco sus perfiles ardientes.
Cada palabra tiene su oculto paraíso.

Son arcas de milagro. Nuestros grandes anhelos
se dicen con palabras claras. La poesía
de verdad, amanece más diáfana que el día.
Hablar con sencillez es un don de los cielos.

PADRENUESTRO (Winétt de Rokha, 1892-1951)

A menudo la soledad,
con su gran rumor de silencio,
merodea en mi alma.

Las almas oscuras de los murciélagos,
azotan ilusiones sombrías en los vidrios.

Friolentas, las chimeneas
echan su aliento triste,
hacia los caminos libres y sin huellas
del cielo y del tiempo.

La respiración de flor del niño
ahuyenta los malos espíritus,
mientras voy trizando la mirada
en la negra arquitectura de los libros.

Mi lámpara,
como la hoja trágica de un puñal,
atraviesa el corazón del alba.

ARTE POÉTICA (Vicente Huidobro, 1893-1948)

Que el verso sea como una llave
Que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
Cuanto miren los ojos creado sea,
Y el alma del oyente quede temblando.

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
El adjetivo, cuando no da vida, mata.

Estamos en el ciclo de los nervios.
El músculo cuelga,
Como recuerdo, en los museos;
Mas no por eso tenemos menos fuerza:
El vigor verdadero
Reside en la cabeza.

Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas!
Hacedla florecer en el poema ;

Sólo para nosotros
Viven todas las cosas bajo el Sol.

El Poeta es un pequeño Dios.

EN EL ÉXTASIS (Ángel Cruchaga Santa María, 1893-1964)

Era tu amor el único digno de tristeza.
Se me volvió una llaga perenne tu belleza.

Hoy, para no morir, miro el rostro profundo
de mi madre. Mis ojos sienten llorar el mundo.

Y agradezco a mi Dios el momento encantado
en que mi corazón trémulo te ha mirado.

Y agradezco a mi Dios que vivas, que respires
cerca de mi quebranto, aunque nunca me mires.

Pudo un banal amor encenderme las venas,
pero ellas en el cuerpo se volvieron cadenas.

Entregué mis estrellas hasta quedarme exhausto,
y aquella amada nunca comprendió mi holocausto.

Tú que estás inundada de cielo y eres clara,
como si eternamente el Cristo te mirara,

perfumaste mis siglos, tu claridad me diste.
Era este amor el único digno de hacerme triste.

ESTA VIEJA HERIDA... (Pedro Sienna, 1893-1972)

Esta vieja herida que me duele tanto,
me fatiga el alma de un largo ensoñar;
florece en el vicio, solloza en mi canto,
grita en las ciudades, aúlla en el mar.

Siempre va conmigo, poniendo un quebranto
de noble desdicha sobre mi vagar.
Cuanto mas antigua tiene mas encanto...
¡Dios quiera que nunca deje de sangrar!...

Y como presiento que puede algún día
secarse esta fuente de melancolía
y que mi pasado recuerde sin llanto,

por no ser lo mismo que toda la gente,
yo voy defendiendo románticamente
¡esta vieja herida... que me duele tanto!...

SOY EL HOMBRE CASADO (Pablo de Rokha, 1894-1968)

Soy el hombre casado, soy el hombre casado que inventó el matrimonio;
varón antiguo y egregio, ceñido de catástrofes, lúgubre;
hace mil, mil años hace que no duermo cuidando los chiquillos y las estrellas desveladas;
por eso arrastro mis carnes peludas de sueño
encima del país gutural de las chimeneas de ópalo.
Dromedario, polvoroso dromedario,
gran animal andariego y amarillo de verdades crepusculares,
voy trotando con mi montura de amores tristes...
Alta y ancha rebota la vida tremenda
sobre mi enorme lomo de toro ;
el pájaro con tongo de lo cuotidiano se sonríe de mis guitarras tentaculares y absortas;
acostumbrado a criar hijos y cantos en la montaña,
degüello los sarcasmos del ave terrible con mis cuchillos inexistentes,
y continúo mis grandes estatuas de llanto;
los pueblos futuros aplauden la vieja chaqueta de verdugo de mis tonadas.
Comparo mi corazón al preceptor de la escuela del barrio,
y papiroteo en las tumbas usadas
la canción oscura de aquel que tiene deberes y obligaciones con lo infinito.
Además van, a orillas mías, los difuntos precipitados de ahora y sus andróginos en aceite ;
los domino con la mirada muerta de mi corbata,
y mi actitud continúa encendiendo las lámparas despavoridas.
Cuando los perros mojados del invierno aúllan, desde la otra vida,
y, desde la otra vida, gotean las aguas,
yo estoy comiendo charqui asado en carbones rumorosos,
los vinos maduros cantan en mis bodegas espirituales ;
sueña la pequeña Winétt, acurrucada en su finura triste y herida,
ríen los niños y las brasas alabando la alegría del fuego,
y todos nos sentimos millonarios de felicidad, poderosos de felicidad,
contentas de la buena pobreza,
y tranquilos,
seguros de la buena pobreza y la buena tristeza que nos torna humildes y emancipados,
...entonces, cuando los perros mojados del invierno aúllan, desde la otra vida...
?Bueno es que el hombre aguante, le digo?,
así le digo al esqueleto cuando se me anda quedando atrás, refunfuñando,
y le pego un puntapié en las costillas.
Frecuentemente voy a comprar avellanas o aceitunas al cementerio,
voy con todos los mocosos, bien alegre,
como un fabricante de enfermedades que se hiciese vendedor de rosas;
a veces encuentro a la muerte meando detrás de la esquina,
o a una estrella virgen con todos los pechos desnudos.
Mis dolores cuarteladas
tienen un ardor tropical de orangutanes; poeta del Occidente,
tengo los nervios mugrientos de fábricas y de máquinas,
las dactilógrafas de la actividad me desparraman la cara trizada de abatimiento,
y las ciudades enloquecieron mi tristeza
con la figura trepidante y estridente del automóvil:
civiles y municipales,
mis pantalones continúan la raya quebrada del siglo;
semejante a una inmensa oficina de notario,
poblada de aburrimiento,
la tinaja ciega de la voluntad llena de moscas.
Un muerto errante llora debajo de mis canciones deshabitadas.
Y un pájaro de pólvora
canta en mis manos tremendas y honorables, lo mismo que el permanganato,
la vieja tonada de la gallina de los huevos azules.

MISERERE (Domingo Gómez Rojas, 1896-1920)

La juventud, amor, lo que se quiere,
ha de irse con nosotros. ¡Miserere!

La belleza del mundo y lo que fuere
morirá en el futuro. ¡Miserere!

La tierra misma lentamente muere
con los astros lejanos. ¡Miserere!

Y hasta quizás la muerte que nos hiere
también tendra su muerte. ¡Miserere!

RENOVACIÓN (María Monvel, 1899-1936)

Amor único mío,
de mi vida, amor bueno,
que haces de nuevo cándida mi alma,
mi cuerpo virgen y mis labios nuevos.

Maravillosa esponja
de mis dolientes desengaños, fueron,
buen amor, el dulzor de tus palabras,
piadoso amor, la esencia de tus besos.

Milagro de milagros
que logras el renuevo
en el cristal obscuro de mis ojos
y en los claros cristales de mi pecho.

Fanal que alumbraste
el perdido sendero
cuando más extraviada mi amargura
huía del dolor y hallaba el tedio.

Busqué con afán tanto,
que encontré al fin mi premio,
mi buen amor, que transformaste en soles
las taciturnas sombras de mis duelos.

De mi vida, amor último
de mi alma, amor primero,
me apego a tu dulzura,
en tus brazos me estrecho,
y así no tengo miedo de la vida,
así no tengo miedo.

TREINTA Y SEIS BARCOS SOBRE EL MAR (Roberto Meza Fuentes, 1899-1987)

Nació bajo el cielo de América
la estrella de la libertad
y marcha, rumbo a su futuro,
por el camino azul del mar.
En el cielo de la bandera
vierte su claro luminar:
abre la senda a la esperanza,
pone dulzura en el afán,
óleo derrama en las heridas
y en la guerra, aroma de paz.
La bandera, dulce y chilena,
vuela en la ruta azul del mar.
Treinta y seis barcos anclar quieren
allá en la playa virreinal.
Nacieron de las cuatro tablas,
las cuatro tablas sobre el mar.
Llena los ojos y las almas
una emoción continental.
Tiembla en los pechos varoniles
una dulzura de llorar.
Es domingo. 20 de Agosto.
Un agosto primaveral.
Colinas de Valparaíso
sienten la brisa matinal
acariciar su seno verde
como una mano maternal.
En la mañana luminosa
la cordillera besa al mar.
En el aire de primavera
Valparaíso es un rosal.
Y en el cielo de la bandera,
la estrella de la libertad.
En las lágrimas se adivina
una alegría germinal.
En esos barcos, rumbo al norte,
nueva vida va a comenzar.
Y en los pechos late un anhelo:
¡el mar, el mar!

La cordillera se hizo barco,
el barco hendió la inmensidad:
sus alas blancas se extendieron
como si unieran cielo y mar
y las almas purificadas
en un solo anhelo inmortal
vieron nacer entre sus sueños
tierra de amor, tierra de paz.
Treinta y seis barcos, rumbo al norte,
estela azul abriendo irán.
La cordillera se ha embarcado,
la dulce cordillera austral,
la que tiene arrullos de tórtola
y ronco son de tempestad,
la madre que da labio y pecho
al hombre de puro metal
y acendra en su entraña remota
oro de virgen hontanar.
La cordillera va en los barcos
con un fervor de humanidad.
Va tremolando blanca el ala,
el ala de la libertad.
Solitaria fulge una estrella,
flor de luz en el cielo austral.
Y el canto resuena en las almas:
¡el mar, el mar!

Van a partir treinta y seis barcos,
treinta y seis barcos sobre el mar.
Agosto está de primavera.
Valparaíso es un rosal.
Hombres de América, hombres libres,
hora es de arar y de sembrar.
O’Higgins sueña en Las Canteras.
Siente y presiente Montalbán.
Otro titán llorará un día:
“Hemos arado sobre el mar”.
Sembremos en surcos de lágrimas
estelas de la claridad,
entreguemos, sangre a la tierra,
flor de cantar, fruto de amar.
Daremos todo lo que somos.
Pedirán más. Daremos más.
También lloraremos un día:
“Hemos arado sobre el mar”.
La vocación heroica quiere
que el hombre sea un vendaval
que agite las cosas y el mundo
hasta quedarse en soledad
en el torrente de la historia,
acantilado frente al mar.
O’Higgins despide los barcos.
Silencio de seda y de paz.
En la dulzura de la hora
Valparaíso es un rosal.
San Martín estrecha en sus brazos
al visionario capitán.
Late en las almas y las cosas
un anhelo de soledad.
Y en el canto de los soldados:
¡el mar, el mar!

Cantando van treinta y seis barcos,
treinta y seis barcos sobre el mar.
Su canto es un canto de América:
Esperanza de Libertad.
Hijos de Chile y la Argentina
a redimir hermanos van.
Libertad, sueño de las almas,
la arrulla el mar, la acuna el mar.
Distante queda de los barcos
el remoto confín austral.
La bandera lleva en su cielo
la estrella de la libertad.
San Martín a su sombra, fuera
su cruzado y su capitán.
El, con sus huestes, bajo el cielo,
es la montaña sobre el mar.
O’Higgins dice a sus chilenos:
“Perú nace a la libertad”.
Treinta y seis barcos van cantando
por el camino azul del mar.
Sacude los pechos viriles
una alegría de llorar.
O’Higgins y torna a su castillo
por el camino en soledad.
La cruz del sur abre los brazos
con abandono maternal.
Va tremolando, blanca, blanca,
el ala de la libertad.
Suena y resuena el grito heroico:
¡el mar, el mar!

LA FLAUTA (Juvencio Valle, 1900-1999)

Esta flauta tan vieja que canta mientras sueño
¿con qué dedos de azúcar la tocan los pastores?

Mi sombra se divierte y se convierte en vuelo
por esta simple flauta que silba en la colina.

Finos alambres de oro se cruzan en el prado
y son como una vela en el lomo del viento.
Antenas, puentes, febles escaleras de seda,
¿hasta dónde no llega este tren de silencio?

Danzando al viento vienen por el lado del bosque
unas sílfides blancas, cándidas como un ala,
mientras las mariposas con sus cuerpos de loto
velan el viejo encanto de la hoja de parra.

La flauta de mis sueños en su círculo de oro
no abandona su siembra de rica pedrería.
Quiebra al viento los vidrios de sus veinte portillos
y ardida y simple sigue tocando en la colina.

Unas arañas verdes andan en una hoja
glosando esa alegría de convertirse en hilo;
una explora su pago, la otra cae al vacío
y así hacen las urdimbres de sus cachemiras.

Es justo el medio día y el sol parece un faro,
mas las estrellas miran la fiesta en la colina.

¿Qué cosa habrá más buena para lavar las sienes
y florecer, huyendo del pilar de cemento,
que abandonar los remos y tender las raíces
escuchando la flauta que silba en la colina?

NO ENCENDÁIS LAS LÁMPARAS (Alberto Rojas Jiménez, 1900-1934)

No encendáis las lámparas
ni me llaméis.
Dejadme aquí sin luces.
Mi alma está mejor en la penumbra.

Ved cómo la sombra maravillosa
envuelve mi frente.
Mirad mis manos,
mirad mi aspecto dulce
y que os oiga decir:
"Dejadlo está soñando,
dejadlo solo, allí sin lumbre".

VOLUNTAD (Rosamel del Valle, 1900-1965)

Esta primavera de frías paredes y de presencias enfermas de sombra
es el ruido secreto que desata los pies en el clima largo tiempo nocturno.
Una paloma en el aire de la nada del pecho
derrama el mensaje sospechado en el temblor de alambre del sueño.
Que el libro de invisible escritura que nadie abre en el miedo de las venas
muestre por fin su dichoso o terrible resplandor de lengua desgarrada.
Que esté oscuro el hombre como el mundo está oscuro,
pero que abra para siempre sus inmensos ojos de viajero que regresa en el día.

PRIMAVERA (Olga Acevedo, 1902-1970)

Hay un espeso amor de tréboles rosados,
un delicioso impulso de oscuras músicas terrestres.
Gozo puro, coral de nidos y de arcángeles,
arboledas que trinan como arpas encantadas.
Hora de misteriosos regocijos y olorosos contactos.
Gran festival de músicas y guirnaldas radiantes.
Es la hora de los capullos y las gemas henchidas.
Pájaros de maravilla cuelgan cítaras de oro
en las altas copas verdinegras.
¡Dios se mira en los ojos puros del aire amaneciente!
Oíd la grácil zapatilla del agua entre el boscaje
va de princesa oculta, suspira apenas,
se desliza entre finos canastillos de pétalos
y entra en ondas castísimas al corazón terrestre.
Oh festival de cánticos y gozosas estrellas.
Ternura de nidales tibios, fragante amor de tréboles
y ardientes madreselvas.
Las manos del buen Dios tienden un palio blanco
sobre los cuatro puntos cardinales del tiempo!

martes, 10 de febrero de 2009

LA MUERTE DE LA PALOMA (Fernando Binvignat, 1903-1977)

Una paloma se murió, ¡Dios mío!
Como una rosa yace sobre el prado.
Por ella el día amaneció nublado
y está llorando de dolor y frío.

Tiene el coral del corazón vacío.
La vena de su arrullo se ha secado
y en su plumaje de fulgor nevado
el cielo se desangra de rocío.

La hierba se le ofrece en verde cuna
para que duerma su quietud de luna
y el jazminero le dará su aroma,

a fin de que hecha flor en Dios despierte
y se olvide del trance de su muerte,
de su temprana muerte de paloma.

POEMA 20 (Pablo Neruda, 1904-1973)

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.»

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

CUANDO SEAMOS VIEJOS (Romeo Murga, 1904-1925)

Cuando seamos viejos, todo este amor enorme
se irá por los caminos y brotará en los huertos,
y será una ilusión muy lejana y deforme
que enturbiará la paz de nuestros ojos muertos.

A la tarde, soñando con lo que ya no se ama,
mascaremos recuerdos de amor en el tabaco,
y el amor temblará como una débil llama
en nuestra carne vieja y en nuestros rostros flacos.

Todo el pasado claro se asomará a tus ojos
y dormirá en tus ojos una eterna agonía,
ya no nos dolerán ni guijarros ni abrojos
y apenas sufriremos de vivir todavía.

Sólo nos quedará la voz, y no la misma
con que hoy, serenamente, nos besamos de lejos.
De esta ternura inmensa que en nosotros se abisma,
¡cómo iremos a hablar, cuando seamos viejos!

NUNCA (María Isabel Peralta, 1904-1926)

Nunca hallé el camino
la buena mano amada;
la busqué por las sendas florecidas
y la esteril llanada.

Nunca la voz que trina
me acaricio el alma;
la voz que llorea, donde mi cortijo
trémula y amarga.

Buena mano de hermano
que a mis labios sedientos,
vino de amor escancie.

Tibia y segura mano
que ha de empuñar un día
los remos de mi nave.

ANCLAS OPUESTAS (Omar Cáceres, 1904-1943)

Ahora que el camino ha muerto,
y que nuestro automóvil reflejo lame su fantasma,
con su lengua atónita,
arrancando bruscamente la venda de sueño
de las súbitas, esdrújulas moradas,
hollando el helado camino de las ánimas,
enderezando el tiempo y las colinas, igualándolo todo,
con su paso acostado;
como si girásemos vertiginosamente en la espiral de nosotros mismos,
cada uno de nosotros se siente solo, estrechamente solo,
Oh, amigos infinitos.
(100, 200, 300,
miles de kilómetros, tal vez).
El motor se aísla.
La vida pasa.
La eternidad se agacha, se prepara,
recoge el abanico que del nuevo aire le regala nuestra marcha;
en tanto que enterrando su osamenta de kilómetros y kilómetros,
los cilindros de nuestro auto depáranse a la zona de nuestros propios muertos;
he ahí a los antiguos héroes dirigiéndonos sus sonrisas de altivos y próximos espejos;
mas, junto a ellos, también resiéntense,
los rostros de nuestros amigos,
los de nuestros enemigos,
y los de todos los hombres desaparecidos;
nuestro automóvil les limpia el olvido con el roce delirante de sus hálitos.
Como esas manos de mármol que se saludan a la entrada de las tumbas,
nuestro automóvil seráfico ratifica el gran pacto,
que a ambos lados de la ruta, conjuradas,
atestiguan las súbitas, esdrújulas viviendas golpeándose entre sí…
Ahora que el camino ha muerto,
y que nuestro automóvil reflejo lame su fantasma,
con su lengua atónita,
como si girásemos vertiginosamente en la espiral de nosotros mismos,
cada uno de nosotros se siente solo, indescriptiblemente solo,
¡oh amigos infinitos!

ROMANCE DE INFANCIA (Alejandro Galaz, 1905-1938)

Trompo de siete colores

sobre el patio de la escuela

donde la tarde esparcía

sonrisas de madreselva,

donde crecían alegres

cogollos de hierbabuena;

trompo de siete colores,

mi corazón te recuerda.

Bailabas mirando al cielo,

clavada la púa en tierra.

Fingías dormir, inmóvil,

y dabas y dabas vueltas…

y florecida en ti mismo

danzaba la primavera,

porque tu cuerpo lucía

pintura de flores nuevas.

Pedazo de alma fragante

de los peumos de mi tierra,

que parecías un guaso

llevando manta chilena,

a son de tu propia música

- bordoneo de vihuela-

cuando te hallabas cucarro

sabías bailar la cueca.

¡Arcoiris, choapino,

maestro de la pirueta,

elefante diminuto,

caballito de madera,

al huir de nuestras manos

que te ceñían la cuerda,

en la pista semejabas

un carrusel de banderas¡

Trompo de 7 colores

mi corazón te recuerda

y en su automóvil de sueños

al contemplarte regresa…

¡y que suavidades tiene

la ruta que el alma inventa

para volver a su infancia

que se quedó en una aldea!.

LA VISIÓN (Humberto Díaz Casanueva, 1906-1992)

Yacía obscuro, los párpados caídos hacia lo terrible
acaso con el fin del mundo, con estas dos manos insomnes
entre el viento que me cruzaba con sus restos de cielo.
Entonces ninguna idea tuve, en una blancura enorme
se perdieron mis sienes como desangradas coronas
y mis huesos resplandecieron como bronces sagrados.
Tocabas aquella cima de donde el alba mana suavemente
con mis manos que traslucían un mar en orden mágico.
Era el camino más puro y era la luz ya sólida
por aguas dormidas, resbalaba hacia mis orígenes
quebrando mi piel blanca, sólo su aceite brillaba.
Nacía mi ser matinal, acaso de la tierra o del cielo
que esperaba desde antaño y cuyo paso de sombra
apagó mi oído que zumbaba como el nido del viento.
Por primera vez fui lúcido mas sin mi lengua ni mis ecos
sin lágrimas, revelándome nociones y doradas melodías;
solté una paloma y ella cerraba mi sangre en el silencio,
comprendí que la frente se formaba sobre un vasto sueño
como una lenta costra sobre una herida que mana sin cesar.
Eso es todo, la noche hacía de mis brazos ramos secretos
y acaso mi espalda ya se cuajaba en su misma sombra.
Torné a lo obscuro, a larva reprimida otra vez en mi frente
y un terror hizo que gozara de mi corazón en claros cantos.
Estoy seguro que he tentado las cenizas de mi propia muerte,
aquellas que dentro del sueño hacen mi más profundo desvelo.

GLORIA A O’HIGGINS (Julio Barrenechea, 1910-1979)

Padre nuestro, sin padre cercano.
Hijo tú del amor, sin amor.
Chillán Viejo exprimió con su mano
el racimo de luz de tu sol.

Amanece la Patria nacida,
y prospera en tus manos su flor,
con la espada que guarda su vida
y la ley que le da su esplendor.

Juventudes, mujeres, chilenos
en la gran unidad nacional,
vuelta bronce la voz entonemos
gloria a O’Higgins, el padre inmortal.

Con Bolívar, con Sucre y Artigas,
con el gran militar San Martín,
tú sentiste la América libre
como un solo y amado país.

Por la Patria desvelos y afanes.
Niño solo, de joven: dolor.
Fue tu sueño al morir: Magallanes.
Grande fuiste en la abdicación.

Juventudes, mujeres, chilenos
En la gran unidad nacional,
Vuelta bronce la voz entonemos
Gloria a O’Higgins, el padre inmortal.

Gloria a O’Higgins inmortal.

PARA QUE NO ME OLVIDES (Óscar Castro, 1910-1947)

Yo me pondré a vivir en cada rosa
Y en cada lirio que tus ojos miren
Y en todo trino cantaré tu nombre
Para que no me olvides

Si contemplas llorando las estrellas
Y se te llena el alma de imposibles,
Es que mi soledad viene a besarte
Para que no me olvides

Yo pintaré de rosa el horizonte
y pintaré de azul los alelíes
y doraré de luna tus cabellos
para que no me olvides.

Si dormida caminas dulcemente
por un mundo de diáfanos jardines,
piensa en mi corazón que por ti sueña,
para que no me olvides.

y si una tarde, en un altar lejano,
de otra mano cogida, te bendicen,
cuando te pongan el anillo de oro,
mi alma será una lágrima invisible
en los ojos de Cristo moribundo
¡Para que no me olvides!

UN POEMA O UNA OLA (Victoriano Vicario, 1911-1966)

Un poema o una ola, qué más da, si es el ritmo
del corazón poblado de ciudades y pájaros
el que hace andar con buen paso los vidrios
del sueño por los largos hospitales anchados.
Tú sabes como el tiempo nos aprisiona dentro
de un margen de desidia o abandonado espanto.
Pero si nos arrastra la luna, ¿ es que moriremos?
Flecha pura en la alcoba de un guerrero apagado.

Buen tiempo, entonces, para morir, si nos prepara
la soledad un lecho de archipiélagos náufragos,
y una botella donde el mensaje se oxida
como las grandes hélices de los barcos anclados.
La noche. Pero ruedan por la casa los peces,
y por las escaleras se fuga el sueño anciano,
y tú te deshabitas de sugerencias puras,
y caes como un muerto antiguo y desolado.

¡Recordar cómo caen los héroes! ¡ Y qué héroes!
Preparándose el féretro de tierra y rosas.Cuando
la luz sobre los ojos les dibujaba una puerta
y una casa mecida entre juncos esclavos.
No es de un corazón la discordia, es del fino
carillón que te empuja hacia la selva clásica,
donde duerme enterrada la llave entre las hojas
y el sol pega su efigie de oro sobre las parras.

A JUAN LOPEZ (Andrés Sabella, 1912-1989)

Eras hombre del mar y de las huellas,
Juan Halcón, Juan en vértigo de tierras.

Hablabas con los peces y las piedras,
cateador de mares y de vetas.

Viento arriba llegaste con tus velas,
del mar llegaste y te ganó la arena.

De viento y soledad fue tu vivienda,
el sol se refugiaba en tu cabeza.

Esta ciudad nació de tu miseria:
ni el cobre ni el guanay dieron la hacienda.

Sacaste del harapo la bandera;
de ti, la luz de la aventura nueva!

Antofagasta es sólo una herramienta:
todavía Juan López la gobierna.

VÉRTIGO O VIAJE (Gustavo Ossorio, 1912-1949)

Sube el llanto
Por un borde dividid
Por un despertar
Hacia la lengua y lo que viene


Yo he perdido mi presencia
Yo he dejado justamente el humo inesperado de mi cabeza
Sobre la oscuridad que va moviéndose

La muerte se conturba
Y torna a su óxido redondo
Memorable estar y llama
Mientras el cuerpo se abre
A su acto desconocido
Por la arena o la mañana clavada a la noche

Qué puede qué podría poder el ruido del error
Ante la mano caída de la espera
Qué podría el error opuesto al fin
Olvidado de la sangre
Con una persecución y un área de sal ahora
Yo perdí mi presencia
Pude haber el secreto de ir y de venir
Por el invierno

Que día y paso en la atmósfera de vidrio
Para siempre.

EL CORAZÓN (Braulio Arenas, 1913-1988)

Tú hablaste del corazón hasta por los ojos
tú hablaste del fuego hasta por la nieve
por ti yo un día me decidí al azar
para encontrarte

Yo he desatado el nudo del azar
-una mañana me decidí de súbito-
y sólo quien haya logrado desatarlo
podrá entenderme.

Yo he desatado el nudo del azar
un nudo astuto, viejo y persistente
Y esta tarea era semejante
a la belleza

Yo he desatado el nudo del azar
y tú mujer apareciste entonces
mujer azar y azar mujer eran en todo
tan semejantes.

LABRADOR (Eduardo Anguita, 1914-1992)

Bajo velas de hojas vegetales,
entre claveles de un jardín de lino,
atraviesa mi barco con frutales
dragones griegos de celeste vino.

No son flautas sus algas vesperales,
ni ha crecido la luna en su camino,
mas huyen labradores pastorales
cazando al torso de un lebrel marino.

Tú, ramaje de agua, espejo lento,
leche del seno azul de la mañana,
pájaro de las islas Barlovento:

Echa las redes a tu pez de lana,
sirena-flor nacida contra el viento
o en la pollera oval de una campana.

LA LLAVE FINAL (Alberto Baeza Flores, 1914-1998)

Ya la voz del soñar casi no me acompaña.
El vino de arroz embriaga como el viento.
La guerra más feroz está en nosotros.
El dolor siempre borra fronteras de nostalgias.
¿Qué nos queda de todo lo vivido?
Acaso esa estrella invisible que en nuestras manos se ha dormido
y era la llave -final- del Paraíso.

RETORNO (Teófilo Cid, 1914-1964)

Nadie podría interrumpir el reposo de la bóveda terrestre
Aquí el silencio ha juntado sus labios para nunca pronunciar palabra
Que pudiera profanar la ostensible flor que cae
Como un junco en la ribera de los sueños.
Un sol amarillento acaricia el pórtico
Mientras haya aún verdad para la muerte y queden hombres
Por caer hacia su túmulo
Como caen los costados de los ríos en las sórdidas vertientes sin celaje
El tiempo está temblando
Temblando como un ópalo en la mano
De este día jubiloso
Yo sé que este día, sin embargo, no puede interrumpir el curso
De los muertos que aquí yacen
Esparcidos como frutas
Aunque el gallo en su plumaje de guerrero etrusco y asoleado
Borre con la esponja de su canto
La indescifrable desdicha de la vida
Y los gorriones veloces y las cautivas golondrinas
Impongan un blasón de idilio a la comarca
La tierra está sorbiendo nuestras lágrimas
Bebiendo la salud que se nos va
La alegría que perdemos a medida que vivimos
La tierra está atrapándonos la sombra que el sol proyecta mediante nuestros sueños
Ella combina con su química dorada la esencia de la luz
El aroma de la esbelta peripecia que añoramos
A las fórmulas más dulces de la ciencia de la vida.
Y esa causa de inocencia nos induce a perpetuar la reverencia
Que sentimos por la dulce redondez de sus regiones
Donde cálido el amor anida a veces
Y se teje la aureola del deseo
Más amado cuanto más eliminado
No existe ungüento parecido al eco de la vida
Cuando cae sobre el cáliz
De la flor de los que callan
Ellos escuchan envueltos en terrestres ropajes de sonoridad
Detenidos ante las vagas conversaciones,
Como ante una llave de sol
Escuchan el paso de los caminantes
Escuchan el hastío de sus voces taladradas de terror
Y conocen el origen de sus nieblas musicales
Los muertos son sabios porque no andan
Porque no buscan porque no anhelan
Y conocen además la soledad
La que tanto nos asusta cuando faltan las palabras
Y un esplendor de musgo nos crece entre los párpados.
Los muertos carecen de sentido propio
Ni hablan ni opinan pero tienen no obstante
Valor, personalidad
Para herir con su acento extranjero
El idioma que hablamos cuando hablamos de amor

Ellos saben por qué el olvido nos está acechando
Y por qué el amor sin el olvido atroz sería
Ya que los muertos, muertos son porque vivieron
Y el tiempo les dejó su huella para tenderse
Una huella que el deseo ha cubierto con sus árboles nativos
Una huella en donde el viento sopla como sobre un páramo
Y en donde el rostro de la vida pierde su sombría intensidad
Así los muertos escuchan por medio de las hojas entreabiertas
El marítimo rumor de la sangre humana

La cascada de pesar
Que espuma la corriente del lenguaje
Si vosotros estuvierais siempre atentos
Al llamado de sus cuerpos ataviados para el llanto
Las palabras sonarían como pompas de silencio

Ante la bóveda terrestre
La barbarie transparente se ha poblado de bocinas
Y de túnicas ardientes
¿Cuántas veces la estación primaveral
Ha hecho el júbilo del mundo
Provocando una ilusión de eternidad?

Si recuerdo aquel verano
No es por gusto de su fértil geografía
Ni por ser aquel verano
La enjoyada pedrería
Del deseo jubiloso

Fue tal vez porque soñaba
Con hallar tu rostro puro desvestido
Tu rostro sin candor y sin fiereza
Apoyado en el estambre
De una étnica embriaguez
Solitario
Con sus ojos temblorosos cual batallas
Entregado al dulce sino de callar

Conmovido sin embargo hasta la médula natal
Rostro abierto de vendimia
Sobre el riente tornasol
Centellante en los enigmas que propone
Devorado por la altura de la luz
Que lo emigra, de período en período,
De una época a otra época fugaz

Si recuerdo aquel verano
Con sus púberes manzanas y sus árboles cautivos
No amaba amar en ese tiempo
Cuando era cual vosotros un pigmento de familia
Raza humana o bandera nacional

Tenía demasiados dones que ocultar
Mucha luz que obscurecer
Munido estambre de jardín electrizante
El sol llegaba a mí desde los dedos
Que lo iban despojando
De su cólera carnal

(Era un sol como el que miran
Los bañistas ejemplares
Y que embebe de verdor los viejos céspedes)

Pero ahora los caminos
Han perdido su papel de antiguo encanto
Tal secas lanzas sus veredas se han hundido
En mi costado

Poseer acaso el único resabio
La piel que cubre el cuerpo de los versos
Es todo lo que hallo
Cuando trato de saber lo que poseo

Despojos ya sin sangre
Es todo
Yo he sentido a veces que el amor
Como un cabello caía ante mis ojos
Nublando la esencia del paisaje
Gris en que me muevo
Por forzoso automatismo

He sentido en la mirada el nacimiento
De un cristal preconizante
En cuyos finos lóbulos de cuarzo
Un huevo angélico nacía

Precioso de ese don yo estaba triste
Sin embargo de sentir
El grave peso de un emblema
Cuya enorme lucidez no comprendía
El amor me ataba el sol a las espaldas

Poniendo distancia de soledad
Entre cada arterial presión de las palabras
Por eso me embargaba el deseo generoso
De hablar con todo el mundo
De abrazar alguna orden extranjera
A los dominios conocidos de mi imperio personal

El amor me convertía en vaso roto
Y en fisura estrellada mis pensamientos
Por donde me derramaba
En un fluir constante de medusas
Y compactos traumatismos de la infancia

No
Es tal vez porque el verano aquí presente
Nada dice nada canta nada oculta
Y en vértice de amor y sufrimiento
Abro un ángulo hacia el tiempo irremediable

Por amar lo que he perdido
Vivo a tientas despojado de la luz
Vivo ciego en un transcurso mineral transfigurado
Por un hálito de piedra y de cemento.

EL HOMBRE IMAGINARIO (Nicanor Parra, 1914)

El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de árboles imaginarios
a la orilla de un río imaginario

De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos imaginarios
ocurridos en mundos imaginarios
en lugares y tiempos imaginarios

Todas las tardes tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de cerros imaginarios

Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario

Y en las noches de luna imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir ese mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre imaginario.

GRACIAS A LA VIDA (Violeta Parra, 1917-1967)

Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me dio dos luceros que, cuando los abro,
perfecto distingo lo negro del blanco,
y en el alto cielo su fondo estrellado
y en las multitudes el hombre que yo amo.

Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el oído que, en todo su ancho,
graba noche y día grillos y canarios;
martillos, turbinas, ladridos, chubascos,
y la voz tan tierna de mi bien amado.

Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el sonido y el abecedario,
con él las palabras que pienso y declaro:
madre, amigo, hermano, y luz alumbrando
la ruta del alma del que estoy amando.

Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la marcha de mis pies cansados;
con ellos anduve ciudades y charcos,
playas y desiertos, montañas y llanos,
y la casa tuya, tu calle y tu patio.

Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me dio el corazón que agita su marco
cuando miro el fruto del cerebro humano;
cuando miro el bueno tan lejos del malo,
cuando miro el fondo de tus ojos claros.

Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto.
Así yo distingo dicha de quebranto,
los dos materiales que forman mi canto,
y el canto de ustedes que es el mismo canto
y el canto de todos, que es mi propio canto.

Gracias a la vida que me ha dado tanto.

CONTRA LA MUERTE (Gonzalo Rojas, 1917)

Me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa.
No quiero ver ¡no puedo! ver morir a los hombres cada día.
Prefiero ser de piedra, estar oscuro,
a soportar el asco de ablandarme por dentro y sonreír
a diestra y siniestra con tal de prosperar en mi negocio.

No tengo otro negocio que estar aquí diciendo la verdad
en mitad de la calle y hacia todos los vientos:
la verdad de estar vivo, únicamente vivo,
con los pies en la tierra y el esqueleto libre en este mundo.

¿Qué sacamos con eso de saltar hasta el sol con nuestras máquinas
a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos
con volar más allá del infinito
si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir
fuera del tiempo oscuro?

Dios no me sirve. Nadie me sirve para nada.
Pero respiro, y como, y hasta duermo
pensando que me faltan unos diez o veinte años para irme
de bruces, como todos, a dormir en dos metros de cemento allá abajo.

No lloro, no me lloro. Todo ha de ser así como ha de ser,
pero no puedo ver cajones y cajones
pasar, pasar, pasar, pasar cada minuto
llenos de algo, rellenos de algo, no puedo ver
todavía caliente la sangre en los cajones.

Toco esta rosa, beso sus pétalos, adoro
la vida, no me canso de amar a las mujeres: me alimento
de abrir el mundo en ellas. Pero todo es inútil,
porque yo mismo soy una cabeza inútil
lista para cortar, pero no entender qué es eso
de esperar otro mundo de este mundo.

Me hablan del Dios o me hablan de la Historia. Me río
de ir a buscar tan lejos la explicación del hambre
que me devora, el hambre de vivir como el sol
en la gracia del aire, eternamente.

JULIETA O LA CLAVE DE LOS SUEÑOS (Carlos de Rokha, 1920-1962)

Una mujer de champagne me llama desde un sueño
Donde ella con sus ojos me pervierte
Deliciosa es fascinante
Adorable envenenada
Sobre la boca una mancha más negra
Ese gesto que marca sus pasos
De bella condenada a las habitaciones
El Océano en sus manos renueva sus espejos
La vida que yo amo es ésta entre sus brazos

MARILYN QUE ESTÁS EN EL CIELO (Alfonso Alcalde, 1921-1992)

Esta es la triste historia de
una de las mujeres más
hermosas de todos los tiempos
y que los negociantes bautizaron
con el nombre de
Marilyn Monroe.

Parcelaron su cuerpo
y su alma,
trataron de cerrarle
la boca
y su inteligencia
y abrir su escote...
hasta lo imposible.

Morir es la noticia

EL AGUA (Miguel Arteche, 1926)

A media noche desperté.
Toda la casa navegaba.
Era la lluvia con la lluvia
de la postrera madrugada.
Toda la casa era silencio,
y eran silencio las montañas
de aquella noche. No se oía
sino caer el agua.

Me vi despierto a medianoche
buscando a tientas la ventana;
pero en la casa y sobre el mundo
no había hermanos, madre, nada.

Y hacia el espacio oscuro y frío
y frío el barco caminaba
conmigo. ¿Quién movía
todas las velas solitarias?

Nadie me dijo que saliera.
Nadie me dijo que me entrara,
y adentro, adentro de mí mismo
me retiré: toda la casa.

Me vio en el tiempo que yo fui,
y en el seré la vi lejana,
y ya no pude reclinar
mi juventud sobre la almohada.

A medianoche busqué
mientras la casa navegaba.
Y sobre el mundo no se oyó
sino caer el agua.

PIE EN TIERRA (Nana Gutiérrez, 1927-1985)

La eternidad

la

eternidad qué

me importa

a

mí la

eternidad!

Yo

quiero

Volar

en esta

realidad.

SEÑORIALES SEÑORAS (Alberto Rubio Riesco, 1928-2002)

¡Alto departamento que brilla allá en los cielos!
Los balcones se asoman, silenciosos y solos,
y más adentro de ellos las señoras conversan,
sentadas mutuamente, señoriales y altas.

Un silencio de alfombras se cierne en los balcones.
Las señoras conversan, delgadas y peinadas,
en el alto salón del departamento alto.
Un silencio de felpa se pega en las murallas.

Las sillas son delgadas, y altos los respaldos,
los peinados son largos, débiles y aristocráticos.
Una criada entra con blandas zapatillas,
y sube cafetera fragante entre las damas.

Un silencio de alfombra se cierne en los balcones.
Las murallas de felpa crecen altamente,
y en el alto salón del departamento alto
las señoras conversan cambiando felpas altas.

LA MUSIQUILLA DE LAS POBRES ESFERAS (Enrique Lihn, 1931-1988)

Puede que sea cosa de ir tocando
la musiquilla de las pobres esferas.
Me cae mal esa Alquimia del Verbo,
poesía, volvamos a la tierra.
Aquí en París se vive de silencio
lo que tú dices claro es cosa muerta.
Bien si hablas por hablar, “a lo divino”,
mal si no pasas todas las fronteras.

Digan, al fin y al cabo, lo que quieran:
en la profundidad de la ignorancia
suena una musiquilla verdadera;
sus auditores fueron en Babel
los que escaparon a la confusión de las lenguas,
gente anodina de los pisos bajos
con un poco de todo en la cabeza;
y el poeta más loco que sagrado
pero con una locura con su cuerda
capaz de darle cuerda a la alegría,
capaz de darle cuerda a la tristeza.

No se dirige a nadie el corazón
pero la que habla sola es la cabeza;
no se habla de la vida desde un púlpito
ni se hace poesía en bibliotecas.

Después de todo, ¿para qué leernos?
La musiquilla de las pobres esferas
suena por donde sopla el viento amargo
que nos devuelve, poco a poco, a la tierra,
el mismo que nos puso un día en pie
pero bien al alcance de la huesa.
Y en ningún caso en lo alto del coro,
Bizancio fue: no hay vuelta.

Puede que sea cosa de ir pensando
en escuchar la musiquilla eterna.

MÁS SENCILLA QUE EL AGUA (Efraín Barquero, 1931)

Más sencilla que el agua corriente,
como el viento que sopla, como el fuego que arde,
es nuestra alianza de mujer y hombre.
Un rincón en la tierra, un pedazo de cielo,
¡pero la libertad de desear para mañana
un día más ancho para nuestros hijos!

Nos contentamos con un vaso para beber el cielo.
Nos basta una ventana para que sea nuestro el sol.
Con una silla de paja y un cántaro de vino
en un amigo acogeremos a la humanidad.
Con sólo una herramienta podremos defendernos
y llenar con el barro el sueño que adoremos.
Con sólo una camisa y un vestido azul
podremos vestir de amor más glorioso.

Nos basta con un beso para ser felices,
nos basta una mirada para comprender el mundo,
nos basta una palabra para expresarlo todo,
que tú te escondas, en mi pecho, en la noche,
para sentir hasta la ternura de las bestias,
qué tú puedas vivir, que yo pueda vivir,
no necesitamos más para ser felices.
¡Pero que no nos vayan a quitar el derecho
de mirar hacia dónde partirán nuestros hijos!

TE RECUERDO AMANDA (Víctor Jara, 1932-1973)

Te recuerdo Amanda,
la calle mojada,
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel.
La sonrisa ancha, la lluvia en el pelo,
no importaba nada, ibas a encontrarte con él,
con él, con él, con él, con él.

Son cinco minutos.
La vida es eterna en cinco minutos.
Suena la sirena de vuelta al trabajo,
y tú caminando, lo iluminas todo.
Los cinco minutos te hacen florecer.

La sonrisa ancha, la lluvia en el pelo,
no importaba nada, ibas a encontrarte con él,
con él, con él, con él, con él.

Que partió a la sierra.
Que nunca hizo daño. Que partió a la sierra,
y en cinco minutus quedó destrozado.
Suena la sirena, de vuelta al trabajo.
Muchos no volvieron, tampoco Manuel.

DIVAGACIONES (Armando Uribe Arce, 1933)

La muerte despiadada no hace excepciones: uno
por uno nos recoge del suelo en que vagamos
como hormigones negros -cuando menos pensamos
pero en nada pensamos- cuando nos llega el turno
despiadada nos coge con sus pinzas de fierro
nos traslada al lugar de nuestro entierro.

La catástrofe el holocausto el fin
del mundo el cielo y el infierno
la loca el imbécil y el estafermo
bailando en honor del delfín
que me lleva en su lomo
y en la cabeza tengo un cono
con las letras: culpable
pues me prohíben que hable.

La baja estofa y la mala ralea,
los mentecatos, los canallas
y los mediocres sus primeros hermanos
por más que mucho se laven las manos
y alcen como abanicos sus agallas,
muy mal olor que no se orea.

Siniestra sordidez, abre tus alas de paraguas,
agítate murcielago peludo,
calvo, panzón, desnudo,
rondan la cama mariposas vagas.
Este, que fue mi amigo ya no lo es.
Siniestra sordidez
de todo lo que me rodea,
todos sonriendo y portando una tea.

Los zorros y los lobos tienen sus madrigueras
pero el hijo del hombre los hijos de los hombres
¿dónde reposan dónde descabezan
sus sueños? Pesadillas. ¡Y que troten
las caballerías de los degüellos!
Que se abra el lacre de los sellos.

"No comen, ni tienen excrementos mayores:
aunque es opinión que les crecen las uñas,
las barbas y los cabellos".
¡Encantados cadáveres! Amores
sepultados ahora son pezuñas
que se mezclan con vellos.

CUANDO ASESINARON A KENNEDY (Hernán Valdés, 1934)

el día que asesinaron a Kennedy
había sol en tu oficina y
en vez de atender a tu Underwood
tú pensabas
en la máxima libertad de detenerse como un
insecto
en la atmósfera de un junco
ese día
tú sólo pensabas en el tiempo
que necesita el amor
para nacer.

DESPEDIDA (Jorge Teillier, 1935-1996)

...el caso no ofrece
ningún adorno para la diadema de las Musas.
Ezra Pound

Me despido de mi mano
que pudo mostrar el paso del rayo
o la quietud de las piedras
bajo las nieves de antaño.

Para que vuelvan a ser bosques y arenas
me despido del papel blanco y de la tinta azul
de donde surgían los ríos perezosos,
cerdos en las calles, molinos vacíos.

Me despido de los amigos
en quienes más he confiado:
los conejos y las polillas,
las nubes harapientas del verano,
mi sombra que solía hablarme en voz baja.

Me despido de las Virtudes y de las Gracias del planeta:
Los fracasados, las cajas de música,
los murciélagos que al atardecer se deshojan
de los bosques de casas de madera.

Me despido de los amigos silenciosos
a los que sólo les importa saber
dónde se puede beber algo de vino,
y para los cuales todos los días
no son sino un pretexto
para entonar canciones pasadas de moda.

Me despido de una muchacha
que sin preguntarme si la amaba o no la amaba
caminó conmigo y se acostó conmigo
cualquiera tarde de esas que se llenan
de humaredas de hojas quemándose en las acequias.
Me despido de una muchacha
cuyo rostro suelo ver en sueños
iluminado por la triste mirada
de trenes que parten bajo la lluvia.

Me despido de la memoria
y me despido de la nostalgia
-la sal y el agua
de mis días sin objeto -

y me despido de estos poemas:
palabras, palabras -un poco de aire
movido por los labios- palabras
para ocultar quizás lo único verdadero:
que respiramos y dejamos de respirar.

CÍRCULO CERRADO (Alicia Galaz Vivar, 1936-2004)

"Yo no vengo a resolver nada"

La madre Rosa tiene un hijo Juan y ese hijo Juan
tiene un hijo Pedro, entonces la abuela Rosa
aconseja a su nieto Pedro que cuide de su padre Juan
en los últimos días de su vejez.
El hijo Pedro entierra a su padre Juan
y cruza por la vida engendrando a Francisco, Inés,
José, Mario y Jorge, que luego sepultan a su padre Pedro
para todos ellos engendrar las Rosa, los Juan,
los Pedro, los Francisco, las Inés,
los José, los Mario y los Jorge,
enterrando y engendrando ad aeternum.

domingo, 8 de febrero de 2009

INSOMNIO (Renato Irarrázaval, 1937)

Mis espaldas conocieron muchas noches

se perdieron en nieblas y pesados miedos

El arrabal abrió su abismo

con ronco crepitar y espeso aliento.

Sin congregar la piadosa agonía,

la protección de la brisa

o el áspero bienestar encarcelado

En la vastedad del corazón herido,

la nocturna embriaguez de algún apego.

La espera hila la mirada en el insomnio

que arrebata al suelo su vacío.

GLADIOLOS JUNTO AL MAR (Óscar Hahn, 1938)

GLADIOLOS ROJOS DE SANGRANTES PLUMAS,
LENGUAS DEL CAMPO, LLAMAS OLOROSAS,
DE LAS OLAS AZULES, AMOROSAS,
CARTAS OS LLEGAN, PÁLIDAS ESPUMAS.

FLOTAN SOBRE LAS ALAS DE LAS BRUMAS
EPÍSTOLAS DE POLEN NUMEROSAS,
DONDE A LAS AGUAS PIDEN POR ESPOSAS
GLADIOLOS ROJOS DE SANGRANTES PLUMAS.

MOVIDAS SON LAS OLAS POR EL VIENTO
Y EL PIE DE LOS GLADIOLOS VAN BESANDO,
AL SON DE UN SUAVE Y BLANDO MOVIMIENTO.

Y EN CADA DULCE FLOR DE SANGRE INERTE
LA MUERTE VA CON PIEL DE SAL ENTRANDO
Y ENTRANDO VAN LAS FLORES EN LA MUERTE.

miércoles, 4 de febrero de 2009

EL CISNE TROQUELADO, el Encuentro (Juan Luis Martínez, 1942-1993)

Nombrar / signar / cifrar: el designio inmaculado:
su blancura impoluta: su blanco secreto: su reverso blanco.
La página signada con el número de nadie:
el número o el nombre de cualquiera: (LA ANONIMIA no nombrada).
El proyecto imposible: la compaginación de la blancura.
La lectura de unos signos diseminados en páginas dispersas.
(La Página en Blanco): La Escritura Anónima y Plural:
El Demonio de la Analogía: su dominio:
La lectura de un signo entre unos cisnes o a la inversa.

OTRO AMOR (José Ángel Cuevas, 1944)

¿Para qué quiero otro amor?
¿Para ir carreteando por la Gran Avenida sin un peso
y hablarle del Tiempo de la UP
revolverme en estos 15 años
sacando mugre del
Tarro?

Emborracharme y gritar en Tugurios
empapelados con banderas chilenas
polietileno
poliuretano.

Pasar por la Alameda a las 3 de la mañana
cuando todos se hayan ido las muchedumbres
cubiertas de smog
Y duerman.

¿Para qué quiero otro amor?
¿para llevarla a comer pescado frito
y sentarnos a mirar los pájaros
sin un peso para hotel
un peso para bailar abrazados hasta que amanezca?

LA ROSA (Paz Molina, 1945)

Considera el perfume de la rosa
-me dijo un sabio- por su terciopelo.
No es cosa de ponerse tremebundo
y desterrar al sol de los jardines.

Yo quise hablarle de la rosa negra
de la rosa fundada en la sospecha
de la rosa revuelta en la ráfaga
de la rosa podrida en la conciencia.

Yo quise hablarle de la rosa ciega
de la rosa muñeca de madera
de la rosa ritual del calendario
de la rosa crema chantilly.

De la rosa. Yo quise hablarle de la rosa.
Pero estaba amortajado el caballero
en el perfume ambiguo de la rosa.

ME HUBIERA GUSTADO QUEDARME AQUÍ (Oliver Welden, 1946)

Una canción de boda compuesta de aire inmovil,
de tierra seca, para darte una nueva dimensión
de amor, deposito en un embudo de papel
por la cerradura de la puerta de tu casa, mientras
me vuelvo viejo regresando a mi polvo y a mi noche.

NIÑO (Gonzalo Millán, 1947-2006)

Encontrarán siglos después,
cuando sólo queden los envases
de una sociedad
que se consumió a sí misma,
sus restos
de pequeño faraón dentro
de un refrigerador descompuesto,
enterrado
bajo unas pirámides de basura.

LOS ARQUITECTOS DE LA MUERTE (José Martínez Fernández, 1949)

Han ascendido a la luz de tus ojos
los que construirán tu cuerpo en inercia
para ser reposado en la tierra.

Estoy viéndolos.
En tus niñas se mecen los últimos silbidos.

Los arquitectos de la muerte
subirán tu hermosura a los cielos
y así como una gigante copa
te derramarán en la arena entonando aromas.

Serás una piedra huesuda
flotando en los mares del olvido
cuando yo esté sepultado
junto a los tallos de las plantas.

Llanto se derramará en los mármoles.
Los mausoleos de sangre
continuarán ordenando el silencio grave.

Así, ahora, como los arquitectos de la muerte
florecen en el nido de tus pupilas,
así un día lejano coronado de canciones
los arquitectos de la vida
construyeron tu copa con flores.

Te irás entre el silencio y el llanto,
pero en mí, abeja en perfume te vas a quedar,
forcejeando el bien armado dolor de tu recuerdo.

AUTOCRÍTICA UNO (Rodrigo Lira, 1949-1981)

Está mal hecha
La Mujer está mal hecha
dice la letra
de una cumbia
colombiana.

ESPANTOSA SENSACIÓN
cuando te consta y es evidente
que esa poesía que escribiste hace no mucho
también está mal hecha
La Poesía está
mal
hecha.

EL PRIMER CANTO DE LOS RÍOS (Raúl Zurita, 1950)

Es el amor … ése es el amor
Ay ése es el amor…

Ay ése es el amor que hemos llorado tanto … se
largan los ríos que se aman … partiendo

Cauce abajo … arrojándose sobre las praderas
que lloraban mirándose … Nosotros somos las
montañas que lloraron mirándose dicen los ríos
que las llamaban … arrastrándolas

Borrascosos … tras las largas praderas que los
vientos subían … Quiénes nos subieron el dolor
de esas montañas se van diciendo las inmensas
praderas del cielo … Somos todos los pastos de
este mundo les contestan largándose los ríos
que se aman … abiertos … tirados … rompiéndose

EL GALLINERO (Diego Maquieira, 1951)

Nos educaron para atrás padre
Bien preparados, sin imaginación
Y malos para la cama.
No nos quedó otra que sentar cabeza
Y ahora todas las cabezas
ocupan un asiento, de cerdo.

Nos metieron mucho Concilio de Trento
Mucho catecismo litúrgico
Y muchas manos a la obra, la misma
Qué en esos años
Repudiaba el orgasmo
Siendo que esta pasta
Era la única experiencia física
Que escapaba a la carne.

Y tanto le debíamos a los Reyes Católicos
Que acabamos con la tradición
Y nos quedamos sin sueños
Nos quedamos pegados
Pero bien constituidos;
Matrimonios bien constituidos
Familias bien constituidas.
Y así, entonces, nos hicimos grandes:
Aristocracia sin monarquía
Burguesía sin aristocracia
Clase media sin burguesía
Pobres sin clase media
Y pueblo sin revolución

CASA MÍA (Carlos Amador Marchant, 1955)

Hay olor a pan en esta casa
Hay olor a pan y a madera
Y cada vez que abro mi olfato
un olor a sudor golpetea las paredes.
Y no hay nada que esconda este sitio pequeño.
No hay nada más que ventanas entreabiertas.
Y gritos de niños que vienen
y se acercan desde la calle.
Y polvo que acecha como un lobo,
y cae, a veces, como lluvia.
Quiero decir que es una casa pobre.
Pobre como un papel abandonado. De esos
que se observan amarillos
en los rincones más oscuros de alguna parte.
Y estoy aquí, dormido sobre ella. Y la poseo
grotesco
de día y de noche.
Y la vuelvo a hacer mía. Y la acaloro indefinible.
Y luego salgo y huyo
y dejo mi alma escondida en los rincones,
en algún sitio de estas paredes,
de estos sillones,
de estos silencios.

CONFESIONES (Armando Rubio, 1955-1980)

Soy bestia umbilical, delgada y andariega,
con un aire de pájaro en la calle.

Atado a los semáforos
por ley irrevocable.
Suelo ser atacado por mis hábitos
y por los vendedores ambulantes
que me auscultan la cara
de bar destartalado y decadente.

Amo a la ciudad más que a nadie:
las calles y edificios,
noches pobladas de mamíferos
domésticos y astutos, que transitan por bares,
y beben, y comen, y se ríen, y se ríen, y se mueren.

Soy bestia siempre en celo,
pájaro individual, enfermo.

Confiado ciegamente en mis zapatos,
no me pierdo un detalle
de lo que está pasando, que es muy grave.

Me entristecen los hombres, me deprimen
sus orejas, sus dientes, y las blandas
extremidades; las ojeras;
y los rostros desérticos, tortuosos;
bigotes, anteojos, pelos, anillos, monedas;
cigarros defendidos contra viento y marea; el fraudulento
pudor de las camisas;
y el orgullo, ese orgullo inconcebible…

Sobre todos,
los hombres que van solos por el mundo,
unánimes espaldas, hombros, rabia.

¡Voltear los autobuses, y tocarles
la oreja a los absurdos transeúntes,
saber de abuelas suyas y de hermanas,
y de la fecha atroz en que nacieron!

Cordialmente aborrezco
a los hombres de gafas, que saludan
suficientes, constreñidos,
con una mano blanda, lisa, como de nieve,
y se vuelven, y mueren
de cara ante el periódico;
a todos los que pasan
las horas entre muslos y aguardientes
perpetuando la fiesta de este mundo.

Extraña la ciudad cuando parece
no haber nadie, ni voces de Zutano o Mengano,
cuando una sombra inmensa, resollando
se descuelga de muros, y se manda cambiar,
de una vez por todas, hacia un patio sin hambre;
aunque haya transeúntes
con ojos de paloma y pecho duro,
y algunos que se tienden en las calles
con un olor a muertos
y a padre avejentado por sus sueños.

Ninguna novedad hoy en la tarde.
La ciudad y su curso inevitable.
Yo, bestia umbilical, pájaro enfermo,
he de seguir de noche
atado al parpadear de los semáforos,
a la misma ciudad donde parece
que ya no habita nadie.

TODA HISTORIA ES REDONDA COMO LA TIERRA...(Walter Rojas Álvarez, 1958)

Primera escena

Cuesta arriba subiendo el cerro Barón raja de curaos como tabla iban el loco rimbaud el cholo y el mismísimo conejo maldito atravesando impertérritos y locuaces la chascona noche porteña sin diasepan alguno para no alterar las visiones por parir deben haber sido como las 4 a.m. ya que el cielo era un gran chaleco negro de la Ligua sin ninguna estrella ninguna en el oceánico firmamento de la desesperación y la angustia Y las putas de siempre almas gemelas del errante retorno del trasnoche travesti rondando una vez más en calzoncillos el polvoriento bulevar de los sueños rotos borrachos de nomeolvides y guitarras ciegas de amor en la triste esquina del boliche el obsceno pájaro de la noche donde el cholo se lanza feroz meada toda en nombre de la poesía toda mientras el conejo maldito se pone a cantar a todo chancho la canción de los buenos borrachos en esas mismas calles que anduvo el gonzalo el poeta del falo y el mismísimo patas negras del neftalí reyes pero como en alicia en el país de la antipoesía todo cambia hermano todo cambia y las luces de neón son remplazadas por luminosos atractivos incendios al patrimonio cultural de la demagogia y los poetas porteños donde andarán con sus faroles de luciérnagas oceánicas y las niñas que besan y se van AMO EL AMOR SIN CALZON DE LAS NIÑAS QUE BESAN Y SE VAN chorreando solitas como helado que se derrite entre languetazos de arriba hacia debajo de abajo hacia arriba ya que en cada puerto una traición espera las colegialas besan y se van mientras tantos bajo el amparo de la noche cruel el conejo maldito se masturba públicamente secando la última botella de ron piratas y se manda ni que graffiti en la esquina del bulevar de los sueños rotos.


Segunda escena

La juani enferma de volá se baja los calzones pà echar la inmensa ni que mea debajo del poste de la luz que no alumbra ni la esquina de los corazones rojos ni el corazón de esta demogracia congelada en la medida de lo posible entonces ella se abriga calle abajo se desliza caracol calle abajo por si salen unas monedas cachai calle abajo como babosa entumecida esperando encontrar algo parecido a un crucifico o un pedazo de tabla rota pá aferrarse por la virgen maría pá no naufragar no naufragar en el infierno de la globalización you tu arroa Hotmailputocom.


Tercera escena

Lo tiene loco la pasta base chiquillos
Lo tiene loco el culo de la negra mi amorcito
Allá en los baldios de los paraísos artificiales
La volá es sin calzón hermanito.

LA TIERRA BALDÍA/CON USURA (Germán Carrasco, 1971)

negocio cerrado:
1. trato hecho
(negocio redondo)
maletín cerrado

2. comercio quebrado
cortinas cerradas
terrenos en venta
lugar desolado.

plazas cerradas
negocios cerrados
negocio redondo:
playas privadas

estación de verano
estacionamientos
estaciones privadas
verano hacinado

playas privadas:
negocio redondo
estacionamientos
acceso privado

plazas cerradas
negocios cerrados
almacenes y tiendas
cortinas cerradas

y la boca cerrada
y la boca cerrada
y la boca cerrada